+ Eugenio Lira Rugarcía, Obispo de Matamoros
Con el ayuno, la abstinencia y la imposición de la ceniza iniciamos la Cuaresma, tiempo en que Dios nos invita, como dice el Papa, “a no contentarnos con una vida mediocre” , y a seguir el camino que nos lleva a un destino seguro: la vida plena y eterna que Jesús nos ofrece, haciéndose uno de nosotros, dando su vida por amor y triunfando sobre la muerte.
Debemos reconocer que muchas veces hemos desconfiando de él y nos hemos extraviado siguiendo caminos falsos que sólo llevan a un laberinto sin salida. Pero el Padre, creador amoroso de cuanto existe, nos invita a retomar el camino, diciéndonos: “conviértanse a mí de todo corazón”.
Retomar el camino correcto requiere honestidad. De lo contrario, seguiremos perdidos en el mismo laberinto mortal. Es lo que Jesús nos hace ver cuando, invitándonos a ponernos en forma espiritualmente mediante la limosna, el ayuno y la oración, nos pide, como explica san Agustín, no hacerlo para ser vistos por los demás, sino por amor a Dios y al prójimo.
Esto es lo que nos enseña la parábola del pobre Lázaro y el rico, que el Papa propone meditar en su Mensaje para esta Cuaresma. Lázaro vivía una situación desesperada a la puerta del rico. Pero para éste era invisible, porque para él no existía otra cosa que el propio yo. Los demás no merecían su atención.
Muchas veces nos pasa igual. Tenemos cerca a personas con necesidades materiales o espirituales: la esposa, el esposo, los hijos, los papás, los hermanos, la suegra, la nuera, los pobres, los migrantes, las víctimas de alguna forma de violencia, los adictos, la gente confundida o con problemas. Pero nos habituamos a ser insensibles; las ignoramos y seguimos con nuestras vidas y nuestras cosas.
Lázaro y el rico murieron. Entonces cada uno recibió para siempre lo que con sus obras eligió. Y ahora sí el rico vio a Lázaro y le pidió a Abraham que lo mandara a aliviar su sufrimiento y a advertir a sus hermanos. “Tienen a Moisés y a los profetas –contestó Abraham–; que los escuchen”. Así Jesús hace ver que la raíz de los males está en no escuchar la Palabra de Dios y no seguir el único camino que conduce a una vida plena y eterna: el amor.
¿Escuchamos la Palabra de Dios? ¿Es el criterio que dirige nuestra forma de pensar, de hablar y de actuar? ¿Le abrimos la puerta a la familia y a los demás? Quizá no lo hemos hecho lo suficiente. Pero el Señor nos dice: “Ahora es el tiempo favorable, ahora es el día de la salvación”. Acerquémonos a él con honestidad. Y con el sincero propósito de escuchar su Palabra y de abrir el corazón al prójimo, roguémosle: “por tu inmensa compasión limpia mi pecado… crea en mí un corazón puro” .
Que María, Refugio de los pecadores, interceda por nosotros para que, consientes de nuestra mortalidad, nos arrepintamos y creamos en el Evangelio, que nos guía hacia un desarrollo integral que no excluye a nadie, y que hace la vida por siempre feliz.
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